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Mi árbol de navidad
12-12-2025
“Demasiado show ya con esta vaina … Ojalá así salieran a debatir lo que realmente importa.” dijo un ciudadano con precisión quirúrgica.
Y tiene razón: nuestra sociedad se ha vuelto experta en convertir chismes de callejón en debates nacionales, mientras lo que realmente afecta la vida de todos se queda sin voz, sin análisis y sin presión ciudadana.
Al respecto, hay algo fascinante, y profundamente preocupante, en nuestra vida pública local: la gente opina con valentía solo cuando el tema no importa. Cuando se trata de un árbol feo, un adorno improvisado o un concurso voluntario, ahí sí florecen los motivadores de bolsillo, los predicadores del “el cambio empieza por ti”, los guardianes del “no seas negativo” y los repartidores de bendiciones como si fueran certificados de buena conducta. . .
Cuando el asunto es serio, estructural y urgente como negligencia, corrupción, obras mal hechas, seguridad, balanzas adulteradas que nos roban cada día, se activa el mismo ritual: silencio detrás de la puerta entreabierta, silencio desde el balcón, silencio cómodo detrás del teclado, mirada al piso, el clásico “no me meto”. Y cuando lo evidente queda expuesto, cuando el problema es real, urgente y cotidiano, se confirma lo que ya sabemos: la mayoría prefiere mirar hacia otro lado.
Y en ese vacío de fiscalización, justo cuando ejercemos ciudadanía crítica y señalamos lo que corresponde, aparece la frase que resume el espíritu de la evasión: “El cambio empieza por nosotros, bendiciones amigo.”
Hermoso, casi litúrgico, pero es la misma lógica del libre albedrío religioso mal entendido: si algo sale bien, fue un milagro; si algo sale mal, nos faltó fe; y si la autoridad falla, es porque “no pusimos de nuestra parte”.
Es la fórmula perfecta para absolver a quienes tienen atribuciones y culpar a la ciudadanía por no rezar lo suficiente, una costumbre cojuda donde cualquier mínimo esfuerzo se celebra como epopeya y cualquier crítica se condena como negatividad.
Lo más curioso es que voluntad de opinar sí hay; lo que no hay es coherencia. Para defender a la autoridad, aparecen los filósofos de Facebook; para justificar negligencias, los coach espirituales del “todos debemos poner de nuestra parte”, y para romantizar gestos simbólicos, los guardianes de la buena vibra.
En nuestra querida ciudad todavía hay quienes creen que la gestión pública se mide por gestos: la foto recogiendo desmonte, la cinta cortada, la sonrisa para la cámara, el acto de redención improvisado. Y claro, cuando uno señala la negligencia detrás del gesto, aparecen los defensores espontáneos, los troles, los que romantizan la intención y no quieren ver el problema.
Pero una ciudad no se construye con gestos. Se construye con hechos, responsabilidad, fiscalización y debate público real.
Y ojo, recordemos que estamos a punto de entrar en un proceso electoral, donde, si la ciudadanía sigue entretenida en debates banales, defendiendo gestos simbólicos y repitiendo frases motivacionales, entonces tendremos exactamente lo que merecemos: actores políticos mediocres, debates superficiales, y autoridades que gobernarán sin ser cuestionadas.
Una ciudadanía que no debate lo importante no eleva el nivel de nadie. Ni de los candidatos, ni de la gestión, ni de la ciudad. Si queremos una ciudad distinta, necesitamos ciudadanos que debatan lo que importa, exijan lo que corresponde, no se conformen con gestos, no se asusten de la crítica, no se escondan detrás de frases motivacionales, y no sirvan de amortiguadores emocionales para las negligencias institucionales.
Porque la crítica no es enemiga del desarrollo. La crítica es desarrollo. La crítica es participación. La crítica es ciudadanía. Y mientras algunos se entretienen discutiendo por árboles, adornos o chismes, otros estamos ocupados en lo que realmente importa: que la ciudad funcione, que la gestión responda y que la ciudadanía no sea tratada como público cautivo de un espectáculo improvisado.
Este texto no solo pretende incomodar, sino, convocar. Porque si algo necesitamos hoy es ser más: más ciudadanos despiertos, más voces que exijan, más ojos atentos, más manos que no se resignen.
Los mínimos esfuerzos para corregir no pueden seguir marcando el destino de nuestra ciudad. Romper esa inercia no es tarea de uno: es tarea de todos los que entienden que el futuro no se hereda, se construye. Y para construirlo, tenemos que ser más.
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