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El poder y la estupidez.
14-07-2022
Por: Mirbel Epiquién / Biólogo
Muchos conocen el cuento más pequeño del mundo: El dinosaurio, del escritor hondureño Jorge Monterroso. El cuento dice así: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” FIN. En los años 60 del siglo pasado, cuando se publicó este microrelato se podía seguir soñando con los dinosaurios, extintos hace más de 65 millones de años, hoy en día podríamos cambiar al personaje por un oso, un pingüino, un mono o cualquier animal silvestre y el cuento no perderá su esencia.
Pero no, no seré alarmista sobre la actual mega extinción de especies, o el incremento de las temperaturas por exceso de gases de carbono o los altos niveles de nitrogenación de los ecosistemas del planeta, a estas alturas ya nos hemos acostumbrado a las advertencias del panel intergubernamental sobre el cambio climático o del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y digamos que, a muchos le llega altamente, sobre todo a los que tienen que decidir sobre la vida o el futuro de la gente.
Mueren líderes indígenas defendiéndose de la invasión de sus tierras en la Amazonía peruana y el Congreso encarpeta el tratado de Escazú que podría ayudarnos en algo a tener justicia o evitar más muertes absurdas. Cada hora se incrementa la superficie de áreas deforestadas y aquí se reducen los gastos para el control y la vigilancia de bosques, amén de los recursos para plantar árboles, más jugosas son las “obras” de fierro y concreto.
El mundo habla de energías renovables y aquí se invierte en refinerías de petróleo. Las ciudades más saludables del planeta son las que tienen más parques públicos y áreas recuperadas por la vegetación y aquí aplaudimos los bypass de cemento y los parques llenos de losetas con bancas expuestas al sol del mediodía.
Daniel Goleman, el mismo que escribió sobre la inteligencia emocional, dice que cuando el hombre tenga una comprensión intelectual de los perjuicios que conllevan las formas cotidianas de producción y consumo y comprendamos el impacto ambiental y social de cada acción entenderemos el “sufrimiento del planeta”, solo entonces habremos desarrollado la inteligencia ecológica que nos permitirá seguir viviendo en la tierra. Muy optimista Goleman, pero necesario cien por ciento.
Me inclino más por lo que nos contaba Giancarlo Livraghi en su libro “el poder de la estupidez”. Dice Livraghi que la estupidez domina nuestro mundo, y la única forma de combatirla es aprendiendo a conocerla. En uno de los capítulos de su libro desarrolla la idea de la estupidez del poder. Todos, dice Livraghi, estamos sujetos al poder de otra persona, y todos ejercemos poder sobre otros (salvando quizá la esclavitud).
El poder es como una droga adictiva. Los que ostentan la autoridad terminan creyendo a menudo que son mejores, más listos y más sabios que las personas normales porque ellos tienen el poder. Además, están rodeados de aduladores, seguidores y aprovechados que alimentan sus falsas ilusiones. Un exquisito caldo de cultivo para que la estupidez, muy diferente a la ignorancia, crezca como una bola de nieve.
En ese contexto de grupos de poder estupidizados combinados con factores adicionales como el mercantilismo y la corrupción tendremos devastadores resultados, como los escenarios antes descritos. Pero vamos, nuevamente, ¿qué podríamos hacer nosotros, sin esperar ver al dinosaurio cuando despertemos? Pues eso, despertar. Decía Foucault que el poder no es algo que se posee, sino que se expresa en actos y que está en todas partes y viene de todas partes. Ejerzámoslo entonces, controlemos esta estupidez.
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